domingo, 11 de diciembre de 2011

...gorriones...

Con el tiempo, todos los rigores parecen suavizarse...
Pero los inviernos jaqueses, eran duros y largos...
Después de comer, mi abuelo solía sacudir el mantel en la terraza...
"-Así vendrán los gorriones a comer..."
Yo los contemplaba tras los cristales, con cuidado, porque son muy desconfiados...
Picoteaban ávidamente las migajas, y cualquier pequeño ruido o movimiento extraño, hacía que salieran volando...
Pero volvían...
En ocasiones, yo tomaba un puñado de trigo del cobertizo donde criábamos gallinas y conejos, e incluso patos y palomas, y lo desparramaba sobre el frío pavimento...
La parra, desnuda, esperaba...
En el libro de lectura, había un pequeño poema que me gustaba:
"Pasaban el invierno
en sus calientes nidos,
las soñolientas horas,
los mudos pajarillos...
Tan sólo el viento hablaba,
sin miedo del castigo..."
¿A qué castigo se refería el poema...?
Nunca lo he sabido...
El caso es, que mi abuelo, cierto día, atrapó un gorrión macho...
Y me enseñó a diferenciarlo de las hembras, que no tienen mancha negra en la papada.
"-Las hembras se mueren, en la jaula, sólo aguantan los machos...", me decía...
El gorrión, pasó el invierno en la cocina, en una antigua jaula.
Le cambiaba el agua, y le llenaba de trigo el cajoncillo de la comida...
Un día, brillante de sol, en las proximidades de la primavera, lo soltamos...
Y se fue volando, lejos, muy lejos, sin mirar atrás...

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